lunes, 26 de julio de 2010

sin embargo

Vien
to
marea
llu
via
nie
ve
l á g r i m a s a g r i a s
gente

feroz
tormenta
velas
gastadas
babor
salado

sin punto fijo
sin luna
sin estrellas
sin proa
s i n e m b a r g o
n a v e g o

sin embargo


El Negro

El Negro llegó a casa una fría mañana de julio, acunado en los brazos de mi padre. Nadie en la familia esperaba un perro, y mucho menos un cachorro pulgoso y lleno de garrapatas, pero el nos miró con una carita tan triste… como pidiendo auxilio con resignación, así que no nos quedó más remedio que adoptarlo, previo paso por lo del veterinario y el riguroso baño de desparasitación que lo puso de un talante de muy malas pulgas, valga la redundancia..
Yo era partidaria de llamarlo Satanás, pero mi viejo se opuso terminantemente, ya que como ateo declarado que era , el Padre Carloni lo tomaría como una flagrante provocación, así que no nos rompimos más la cabeza y le pusimos Negro, por el color del hocico.
El año siguiente, ya convertido en un verdadero perrazo, disfrutaba acompañándonos al secundario del pueblo caminando, pero había un inconveniente: el tipo no se quería volver ni tampoco esperar afuera. Durante tres días consecutivos, se dedicó a colgarse del picaporte de la entrada de la escuela, arañando y manoteando desesperado, así que las autoridades (evaluando riesgos/beneficios) decidieron permitirle la entrada, siempre y cuando no perturbara el orden en el interior del establecimiento, cosa que al parecer entendió bien clarito, ya que se limitaba a permanecer echado en el suelo junto a los pupitres de mi hermano o mío, (dependiendo de la materia, porque notamos que se aburría como un hongo en las clases de contabilidad de la Señorita Dalis, en cambio, movía la cola como loco durante las de historia y geografía a cargo de la Señorita Susana)
Su vida transcurría entre el hogar y la escuela aunque cada tanto desaparecía tras alguna novia, que algunas veces traía a casa. Allí fue cuando notamos que era un verdadero caballero, ya que le cedía a su conquista el sillón del porche donde pernoctaba habitualmente, acostándose entonces en el felpudo de la entrada.
Lo que hacía verdaderamente feliz al Negro era subirse a la camioneta de mi papá cuando salía para el pueblo, y allí se convertía en una especie de Benito Mussolini, ladrando a medio mundo a su paso, cosa que metía miedo, pero eso duraba hasta que la chata se detenía y volvía a ser más bueno que Lassie. A veces utilizábamos este talón de Aquiles, para sacarlo de adentro de la casa, porque a mi vieja no le gustaban los animales adentro. Alguien encendía el contacto adrede y el perro salía en un santiamén, pero no pasó mucho tiempo antes de que se percate de esta treta, así que tuvimos que perfeccionar nuestra estrategia. Caímos en la cuenta que la clave era que alguien de la familia encienda el contacto mientras otro salía como casualmente con maletín o cartera.
No obstante, el Negro tenía sentido de la oportunidad con respecto estos paseos, lo que quedó confirmado el día del entierro de mi abuela, en que acompañó el cortejo fúnebre a pie, primero hasta la misa de responso y de allí hasta el cementerio, para recién subir a la parte trasera de la chata una vez concluída la ceremonia del último adiós a Tita, regresando a casa motorizado, pero en el más respetuoso de los silencios.
Un día, mi perro se convirtió en héroe. En una de sus tantas escapadas en busca de novias, se topó con algo inquietante y volvió desesperado ladrando a los cuatro vientos, oliendo a mierda de una forma impresionante e inquieto como que nos quería decir algo. No había forma de tranquilizarlo. Nos miraba suplicante y tomaba carrera hacia el campo. Se detenía y volvía una y otra vez. Allí fue cuando mi viejo y el jardinero decidieron seguirlo, porque seguramente, algo andaba mal, porque nunca lo habíamos visto así. Los guió hasta una caseta de ladrillos en un campo como a tres km de casa. Eso resultó ser una letrina donde una desalmada había arrojado a su bebé recién nacido, que felizmente todavía estaba con vida y pudo ser rescatado gracias al Negro y la providencia. Así fue que se salvó Oscarcito, quien fue dado en adopción a un matrimonio muy querido en el pueblo que por esos avatares del destino, no tenía la bendición de un hijo..
Mi Negro un buen día (o debería decir un mal día), desapareció para siempre. Nunca supimos que le pasó. Nadie encontró su cadáver. No dejó rastros. Ni una pista.
Se fue nomás… tal vez al cielo, donde se dice que van todos los perros.